Capítulo 1: ¨El juego¨

El evento se había organizado en la ciudad Houston, Texas. Sobre la cancha del Astrodome se enfrentaría Billie Jean King y Bobby Riggs. Ella, una joven tenista de unos 30 años de edad que había logrado escalar a lo más alto del tenis mundial. Y él, un ex deportista de gran nivel ya retirado a sus cincuenta y tantos años.

El juego no sólo dejaría claro cuál de los dos estaba en mejor forma, o quien era el mejor, si no que este tenía implícito todo un movimiento feminista por la lucha de derechos igualitarios entre ambos sexos. Llamándole así la gran campaña mediática que lo envolvía: ¨La batalla de los sexos¨. La expectativa que generaba dicho suceso superaba a los trescientos millones de personas alrededor del mundo que estaban con los ojos puestos en él. Solamente en el estadio había aproximadamente treinta mil cuatrocientas setenta y dos personas. Cuando aparece Billie cargada por cuatro hombres simulando ser sus esclavos y ella la antigua faraona egipcia Cleopatra. Por otro lado, entraba al espectáculo Bobby rodeado de chicas, vistiendo una playera que avizoraba un cartel que decía ¨Sugar daddy¨.

El inicio del partido fue aterrador para todos. Riggs había quebrado el saque a King y este se puso a la cabeza del marcador. En los hombros de Billie estaba el peso de la igualdad de derechos para las mujeres, en la vida cotidiana y el deporte. En ese momento recordó lo que había estudiado de la estrategia y la forma en que él jugaba. Usó sus propias tácticas en su contra haciéndolo caer en su juego, de forma inteligente. En un final que ninguno se esperó la dama ridiculizó al caballero, terminándose el juego con resultados de 6-2, 6-3 y 6-3.

Lo que esto implicaba y traía consigo era mucho, se había vencido a una figura eminentemente machista que reflejaba los valores de una sociedad. Que daba de lado a las capacidades de las mujeres.

Charlotte Adams orgullosa de presenciar un evento que ponía a la vista de los hombres la valía de las mujeres, celebraba con sus compañeros de la comisaría aquella victoria. Habrían pasado dos horas cuando suena el teléfono de la oficina.

  • Comisaría 8 de la Ciudad de Virginia, ¿Qué se le ofrece? Atendió el teléfono Patrick Ryan compañero de Charlotte.
  • He matado a mi esposa, su nombre es Lydia Caprioni Flesher.

El rostro de Patrick se enmudeció tras aquellas palabras. No alcanzó a abrir su boca para preguntar algo antes de que aquel hombre de voz burlona colgara.

- ¿Qué ha sucedido? Pregunta ella.

El todavía sin poder creer que alguien fuese capaz de realizar una llamada de ese tipo, autoproclamándose culpable de un asesinato, le explica a Charlotte lo que había sucedido.

-No sabemos si es real la información. Y tampoco ha dado tiempo a hacer alguna pregunta o siquiera intentar localizar la llamada por la corta duración que había tenido. No nos queda más que ir al registro civil e intentar buscar la dirección de la vivienda de esa persona. ¿Cómo dices que se llama la mujer?

- Lydia Caprioni Flesher.

-Coge tus cosas y vamos que para luego es tarde.

Se habían puesto de acuerdo para trasladarse a aquella oficina. Tomando sus pertenencias y cosas necesarias para lo que parecía un asesinato pasional entre marido y mujer. Se suben al auto dirigiéndose al registro, el camino duraría treinta minutos más menos. En la radio todavía se escuchaban noticias y comentarios sobre ¨la batalla de los sexos¨.

-Menudo juegazo el de estos dos. Comenta Patrick. A decir verdad, me esperaba la victoria de Billie, últimamente se le ha visto en muy buena forma, entrena mucho y es muy disciplinada y de más esta decir que apoyo totalmente la causa que ella defiende.

Charlotte ajusta el espejo retrovisor de su auto, acomodándolo para que no le molestara el reflejo del sol.

-Sí, es cierto que es muy buena atleta, me alegra que la victoria sea a nivel social también, algunos hombres son unos cerdos machistas que nos colocan como muñecas de porcelana y objetos decorativos.

Se rieron ambos.

-Lo siento me he exaltado un poco. Sabes mis malas experiencias al respecto. Me había costado mucho sacrificio llegar a donde estoy.

Habían llegado ya a la calle donde se encontraba la oficina de registro. Buscaron un hueco donde estacionarse y se dirigieron a la entrada del mismo. Al llegar se identificaron: Charlotte Adams detective de la comisaría 8 de la ciudad de Virginia, mi compañero Patrick Ryan capitán de la misma.

Le atendió una señora que llegaba a los sesenta años de una forma un poco maltratada, era una mujer bajita, con un poco de sobrepeso, una cara redonda poco agraciada y llena de marcas de expresión y arrugas bien pronunciadas. Vestía una falda color rojo vivo y una blusa que mostraba sin reparo un escote digno de ser tapado sin reproches hasta el último botón de la misma. Los lentes eran grandes y de un cristal grueso, quizás padecía miopía, estos se dejaban caer casi a la punta de una nariz respingada y llena de puntos negros que resultaban ser bastante desagradables para la vista. Su pelo era abundante y bien cuidado, teñido de un color castaño claro que le favorecía muchísimo. Sus manos estaban a tono con su falda, lucía un hermoso color rojo. Su voz era un tanto chillona, por suerte era más amable de lo que decía su apariencia.

  • ¿en qué puedo ayudarles? Les dijo, después de hechas las presentaciones pertinentes y sentándose en una mesa donde se encontraba un libro que recogía toda clase de información de las personas y el motivo de dicha visita.
  • Como les habíamos mencionado somos de la policía. Realizó Ryan un gesto mostrando una placa que los identificaba. Hace apenas una hora hemos recibido una llamada directa a la comisaría que avisaba de la muerte de una mujer. Y necesitamos buscar en los registros la dirección de su vivienda, pues la persona que había llamado nos dio el nombre de la supuesta víctima, pero no la dirección de la vivienda. Y Como usted comprenderá necesitamos de forma urgente acceder a los archivos para obtener esa información.
  • Comunicó la señora. Deme los datos que yo le facilito la información.
  • Usted vislumbrará que esa información es confidencial. Nosotros somos los encargados del caso. Apresuró a decir Charlotte. Mirándole con cara de pocos amigos. La señora pareció entender el mensaje.
  • Síganme, los llevaré hasta los libros.

En el local se encontraban unos trabajadores más, todos en silencio, aquello parecía una biblioteca por el ambiente que se presentía en el mismo. Los condujo por un pasillo hasta llegar a una habitación donde se hallaba un hombre que al parecer era el director o encargado de aquel local. Se le explicó la situación y este accedió de forma amable a ayudar a los policías. Les indicó los libros en los que debían buscar y los dejó solos en aras de que pudieran realizar la investigación. El tiempo apremiaba, por lo que se pusieron en marcha lo más rápido posible.

Los libros de registros se encontraban organizados alfabéticamente, comenzado a buscar por su apellido. Después de varios minutos intensos de búsqueda obtuvieron dos direcciones de mujeres con esos apelativos. Charlotte apuntó en una libreta de notas las ubicaciones. Pero solo una de las dos mujeres estaba casada por lo que se decidieron a visitar esa casa primero, esperando tener suerte.

Cuando se marchaban, aquel hombre encargado les entregó un papel con el número de teléfono de la oficina. Y les dijo que en caso de necesitar algún otro dato llamaran para facilitar el trabajo, y el atendería la llamada de forma personal y lo más discreto posible.

Se dirigían hacia donde estaba estacionado su vehículo. Se montaron en el auto camino a la dirección que habían tomado.

-Espero que sea la ubicación correcta. Mencionó la señorita Adams. Esperemos llegar a tiempo y que sea solo una broma de mal gusto, pero tengo que decirte que tengo un mal presentimiento.

-Apurémonos, quizás llegamos y podemos hacer algo al respecto.

El coche se detuvo en un semáforo. El tiempo de espera parecía interminable en aquel momento. No hacían nada más que mirar el reloj. Cuando el color cambió de rojo a verde salieron pitando de ahí, doblando hacia la derecha. Había poco tráfico y esto facilitó la faena. Llegaron a una calle donde había muchas casas, todas humildes, era un barrio de clase media, que no rozaba la pobreza, pero tampoco se veía lujo en los porches de las viviendas.

  • Es aquí. Casa número 7843.

Los dos se bajaron del auto, después de haberlo estacionado en la entrada del garaje. Había un silencio sepulcral en aquella calle. Debió haber sido por el horario del día y que la mayoría de las personas estaban trabajando.

La casa se mostraba cuidada. En el jardín había sembrado varios tipos de flores, rosas, gardenias y unas margaritas. El césped estaba bien podado, con la yerba a escasos centímetros de la tierra y un color verde hermoso que hacía gala de la primavera. La cerca pintada de color blanco a juego con las paredes del porche. Y unos sillones en el frente de la misma con la pintura un poco gastada, quizás del uso continuo que estos recibían. Se acercaron a llamar a la puerta. Tocando con intensidad el timbre de la misma, un poco más arriba se mostraba el número de la casa y a la izquierda de la puerta, una ventana con las persianas cerradas. Esperaron unos minutos a la entrada, pero no obtuvieron respuesta alguna. Sin embargo, se escuchaba el sonido de la televisión en el que todavía se hablaba del suceso deportivo que había tenido lugar el día de hoy.

 

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