Capítulo introductorio: ¨Un poco de contexto¨

Transcurría el mes de diciembre del año 2022, un año que había sido especialmente difícil para mí y para mi familia. Yo acaba de regresarme de una de las provincias de la Comunidad Valenciana, a la cual me había ido después de haber trabajado todo el verano en un restaurante de mi localidad y haber reunido entre tanto, un poco de dinero que me permitiese intentar iniciar mi vida en otra ciudad, en primera instancia un poco más desarrollada y con más posibilidades de trabajo. ME había marchado por qué, joven al fin, tenía un montón de sueños que cumplir que, a su vez, para llevarlos a cabo necesitaría capital para poder realizarlos. Algunos de esos sueños eran brindarle a mi familia un poco de mayor estabilidad económica, permitirme iniciar los procesos legales para reunificarme con mi pareja y poder también iniciar el proceso de homologación de mi título universitario. Habiéndome marchado, con muy poca información de la ciudad a la me dirigía, sin tener ninguna seguridad de encontrar un trabajo o siquiera un techo donde vivir. Encontré un hotel que me hospedo de a poco en lo que buscaba renta y trabajo. Mi suerte parecía ayudarme. Al otro día de llegar comencé a buscar trabajo en las distintas aplicaciones de móviles que van dirigidas a este fin. Cree una lista de todos los lugares a los que debía mandar mi Curriculum vitae y comencé mi labor desenfrenada de hacer saber mi intención de comenzar a trabar. Fue tanta mi suerte que uno de los primeros restaurantes que visité me propuso al día siguiente hacer una prueba para calificar mi desempeño profesional fregando platos. Yo más entusiasmada que descansada, seguí mi marcha hacia lo que había sido mi casa por algunos días, el hotel. Allí comencé a realizar llamadas para intentar conseguir alguna casa para mí, porque lo que llevaba de gasto en hospedaje igualaba la suma que pudiera utilizar para comprar comida en todo un mes o más, teniendo en cuenta que en la habitación no había frigorífico o algo que me permitiese conservar algún alimento. Seguía mi racha de suerte. Había encontrado un piso relativamente cerca de donde me encontraba en ese momento y con una posición bastante buena. Así comenzaba mi historia por aquella ciudad que me había encantado con su magia desde el primer momento en que la vi.

Comenzaron a pasar los días y todo parecía ir viento en popa. Tenía mi trabajo, mi habitación compartida en una casa con chicos jóvenes que estaban estudiando en la universidad gracias a las becas de Erasmus. La ciudad era una pasada, me sentía muy a gusto, a pesar de no conocer a casi nadie, más allá que mis compañeros de trabajo y mi mejor amigo al que apenas veía porqué la efervescente vida del estudiante que trabaja apenas le daba tiempo de sentarse en un banco camino a su casa para llorar cuando la vida parecía demasiado arrolladora. Los días siguieron pasando y las cosas en mi trabajo se comenzaban a poner un poco feas, aquello que pintaba ser color rosa, había empezado a tener un hedor muy poco agradable. Los malos tratos, las burlas y las faltas de respeto hacia todos los trabajadores parecía ser algo más que cotidiano en aquel lugar. No tardó mucho para que yo también me viese en aquel juego donde ganaba el que más tiempo aguantase con la boca cerrada mientras nos decían y nos trataban como si fuéramos ¨trapos de cocinas¨. Yo perdí, no aguanté mucho tiempo recibiendo malos tratos por parte de mis empleadores. Sin embargo, en más de una ocasión mi filosofía pacifista intentaba mantenerme en calma diciéndome cosas tales como: ¨si alguien tiene una caja y te la entrega, pero tú no aceptas, ¿De quién es la caja? Pues así mismo sucede con los insultos, las faltas de respeto y todo lo demás¨ pero yo sabía que esto no era siempre así, porque llegaba un momento que nuestra paciencia no rendía más y terminaríamos por explotar o intentar poner un límite para que se nos respete y no se violente nuestra integridad, tanto física como psicológica. Así sucedió un día en el que vi claramente el fin de aquella situación, y para mi sin más la solución que encontraba era marcharme. Dado que en lugares así llegar a un consenso con palabras era totalmente imposible y estaba poniendo en riesgo mi salud mental. Terminé mi jornada laboral de la mañana de aquel día y me marché muy normal. Al llegar a mi casa tome la decisión temerosa de no regresar jamás y buscar algún otro empleo.

Los días posteriores fueron interminables, no hubo rincón de aquella ciudad que no tuviese la osadía de visitar y entregar un Curriculum que más que amañado reflejaba mis ansias de volver a encontrar otro trabajo que no me dejase derrumbarme a través del camino que estaba transitando. Recorrí decenas de restaurantes, cafeterías, bares, tiendas, y otra cantidad inimaginable de lugares de los que no tenía ni la más remota idea de lo que se debía hacer en un sitio así. Como fue el caso de una Funeraria a la que también le envié mi currículo, una idea un poco osada, puesto a que siendo totalmente realistas no me vería trabajando con fallecidos. Seguían pasando los días y de tantos lugares llamaron solo dos o tres para realizar pruebas entre varios candidatos, de los cuales no pasé ni una sola. Realmente mis dotes culinarios o atendiendo personas en restaurantes eran mínimos, así que cualquiera que tuviese un poco más de experiencia que yo sería elegido para desempeñar la labor.  No faltó quien me llamase con fines más allá de lo profesional intentándome hacer caer en una trampa, donde claramente mi alarma sonó cuando estaba hablando con el supuesto dueño de un negocio de joyas y sin más me habla de la posibilidad de ganarme un dinero extra realizando masajes que sería muy bien pagados por ¨aquel digno hombre de negocios¨.

En lo personal me sentía desesperada. ¿Habría agotado todas las posibilidades y el creer que la suerte me acompañaba me había hecho tomar una decisión errada? No dejaba de hacerme cientos de preguntas de cómo iba a mejorar mi situación si no encontraba una sola oportunidad de trabajo, si no tenía dinero para poder emprender algún negocio por pequeño que pudiese ser. Las preocupaciones invadían cada vez más mi cabeza, también me estaba quedando sin ahorros para dedicar más tiempo a la búsqueda. Pasé de estar en las calles buscando algo de trabajo a estar casi todo el día encerrada en mi habitación que apenas tenía unas medidas de 4 metros de largos por cuatro metros de ancho. Ahí pasaban mis días enteros, en una cama que no hizo más que deteriorar mi salud física y mental. Con una rutina en la que solo comía y me acostaba subí una barbaridad de kilogramos. Lloraba muchísimo por mi desafortunada situación en la que la vida se había empeñado a darme la espalda. Estaba sola y cada vez peor. No había dios que pudiera ayudarme. Me preguntaba una y mil veces si ¿habría hecho todo lo que sestaba en mis manos para que a situación fuese diferente? Me cuestionaba si ¿debería haber tolerado y aguantado los episodios desagradables de aquel trabajo? Eran infinidades de cosas las que tenía en mi cabeza y mi cuerpo lo empezó a nota. Me estaba enfermando aquella situación. Mi madre en reiteradas ocasiones me pidió que volviese a la casa. Pero me aferraba a bajar los brazos y dejar de luchar. Hasta un momento que tomé otra decisión importante que fue aceptar volver a la ciudad donde vivía anteriormente. Mi madre me fue a buscar y nos volvimos. Me sentó muy bien verla y que me abrazase. Por primera vez en mucho tiempo me volví a sentir acompañada. Aunque me inundase una mezcla de sentimientos difíciles de emparejar.

Para mí el regresar a mi ciudad significaban, más que nada, el renunciar o postergar mi sueño de ayudar a mi familia, puesto que donde vivíamos, como había mencionado anteriormente era un pueblito pequeño en el que la posibilidad de trabajo era más escasa de lo que pudiese parecer. También de cierto modo estaba atrasando el deseo de volver ave a mi pareja. Todo esto se derrumbó ante mí, veía como se caían los pedazos de mi sueño y yo no podía hacer más que mirar consternada hasta que cayó todo sobre mis pies. Estaba nuevamente en la casilla de salida y con un estado mental en el que no me favorecía absolutamente nada. Empecé a tener ataques de ansiedad bastantes frecuentes. Mi alimentación era un total desastre. Mi sueño le daba la mano a la alimentación, me costaba muchísimo lograr conciliar el sueño, despertaba infinidades de veces en la madrugada y luego tenía una vida tan miserable que no me daban ganas de despertar. Para mí, dormir se convirtió en la esperanza de que pasase el tiempo más rápido y él se encargase de colocar todas las cosas en su lugar. A todo este desastre en el que se había convertido mi vida, un día en el que el entendimiento no nos acompañó, en un desacuerdo pequeño en mi relación de pareja surgieron diferencias irreconciliables. En las cuales nunca me había podido imaginar que pudiésemos caer dos personas que con el solo hecho de saber cómo nos mirábamos sabíamos lo que estábamos pensando y en la que en otras ocasiones cualquier desacuerdo había sido el puente de mejoría para ambas como personas y parejas.

Así me encontraba yo finalizando el año 2022 sin trabajo, sin pareja, sin sueños y sin ganas de vivir en el sentido poético de la palabra, porque si algo nunca ha pasado por mi cabeza es prescindir de la alegría de respirar.