Capítulo 1:
Todo había sucedido muy rápido. En mi mente había un lío tremendo, supongo que necesitaba tiempo para adaptarme a lo que estaba ocurriendo recientemente. Entraba en mi piso. Todo estaba tal cual lo había dejado. Sólo un poco de polvo en las superficies de mis libros favoritos. Me acerco a la pared y prendo la bombilla. Se ilumina la habitación, en eso aparece una bola de pelos con unos ojazos preciosos. Era Sombra, mi gato. Debo admitir que en ese momento no sé cómo estaría con vida luego de mi ausencia tan reiterada. Su ronroneo me advirtió que se alegraba de verme y su cola dejaba un poco de pelo en la parte baja de mi ropa. Lo acaricié, acto que duró pocos segundos, y volví a pensar dichosa la persona que quiera a alguien como se quiere a un gato.
Volví a mi realidad y el calor estaba haciendo estragos en mí. Comencé por abrir las ventanas para después abrir la puerta de cristales que daba a mi balcón, ese era mi lugar favorito. Tenía una vista preciosa a la bahía y adornaba además unas margaritas casi marchitas en una maceta. Regresé al interior y preparé un café fuerte, lo estaba necesitando, mi cabeza quería reventar, lógicamente no paraba de pensar, no había silencio en mi interior.
En lo que mi taza se llenaba me quité la camisa, la misma que estaba estrujada por sus manos. Increíble que no la haya cambiado, ese aspecto desaliñado no tenía nada que ver conmigo. Me había quedado en sostén y así andaba por la casa, lo sé, es una mala costumbre que no deben tener las mujeres decentes. Mi cabeza hizo un stop y me hizo preguntarme ¿realmente cuando te ha preocupado parecer decente? Suerte que no tuve que responder semejante pregunta, pues fui salvada por el olor del café. Eso sí que era decencia, una buena taza de café que me hiciera espabilar un poco. La tomo en mis manos y solamente le agrego dos de azúcar, un término medio, tampoco es que tuviera pensado agarrar una gastritis gracias a mis malos hábitos alimenticios.
Ya en mi balcón me dispongo a apreciar una vez más de la vista. Se reflejaba el mar en su inmensidad, la tranquilidad de sus aguas dio un poco de paz a mi cabeza. Tomaba un sorbo de café y las ganas de fumar me estaban venciendo, sí, por enésima vez en mi vida intentaba dejar el cigarro, lo malo es que siempre recordaba donde. Encendí uno, aspiré fuerte, casi me ahogo, llevaba días sin hacerlo. Bebí lo último de mi café. Y no podía parar de pensar en los acontecimientos más recientes. Decidí luego de un largo rato sumergida en mi inconsciente que iba agregar algo más a los líquidos que había ingerido en el día. Volví a la sala, dirigiéndome a la mesa de las bebidas, tomé un vaso old fashion en mis manos lo observé por dentro y solo tenía un poco de polvo, me dije para mis adentros qué más da. Ahí me serví un poco de wiski. Me animé a escuchar también un poco de música. Agarre uno de mis discos de vinilo de Sabina y se comenzó a reproducir la melodía.
Me dirigía nuevamente a mi balcón con otro cigarrillo en la mano. Me senté y estiré mis piernas hasta la baranda del mismo balcón, se sobresalían un poco mis medias, pero qué más da, volví a repetir. Miraba al cielo esperando un milagro de algún tipo, milagro que sabía claramente que no iba a suceder. Qué asco ser tan realista. Más crudo aún el pensamiento que llegó a mi cabeza. ¨Estas pagando tu karma¨ No puede ser, pensé a la par que daba un trago largo de mi vaso. Aquello me quemó la garganta como un lanzador de fuego. ¡Joder! Me dije, han sido unos miserables días nada más, como diría el maestro lo nuestro duró lo que duran dos peces de hielo en un wiski on the rocks. Me levanté nuevamente y me serví otro poco. Mi gato se cruzó con mis pies cuando volvía a mi rincón favorito. Me miro como diciendo entiendo humano deshumanizado que no me alimentes cuanto te ausentas, pero ya estás aquí; ¿a qué esperas? Entrecerré mis ojos como desafiante y me animé a echarle algo de cenar.
Yo estaba en las mismas condiciones que él, solo que no tenía a quién reclamarle algo de comer más que a mí misma. Le echaba su comida en su bote mientras que tenía otro cigarro más en mi boca, aspiraba su humo sin que mis labios le soltaran. Acaricié esa bola peluda y continúe caminando al balcón. Ya se había hecho de noche, eran quizás las 11 menos tanto. La música había parado de sonar; coloqué otra vez más la aguja sobre el vinilo y me dije solo un poquito más en lo que me tomo mi wiski.
¡No puede ser! Sonaba esa canción, si esa, 19 días y 500 noches. Creo que Sabina la había compuesto para mí. Comencé a tararearla al compás de las notas que salían de aquel tocadiscos. ¨De pronto me vi como un perro de nadie ladrando a las puertas del cielo, me dejó: un neceser con agravio, la miel en los labios, y escarcha en el pelo; tenían razón, mis amantes en eso de que antes el malo era yo, con una excepción, esta vez yo quería quererla querer, pero ella no, así que se fue, me dejó el corazón en los huesos y yo de rodilla, desde el taxi y haciendo un exceso me tiró dos besos uno por mejilla. ¡Y regresé a la maldición del cajón sin su ropa, a la perdición de los bares de copa¨
¡Madre mía! Otra vez ese choque realista entre mi pensamiento y lo que estaba sucediendo. Definitivamente era mi deuda siendo cobrada por el karma. Quién me habrá mandado a lastimar sin intenciones a quien me quería. Supongo, que, en ocasiones, no podemos hacer nada más; a veces manda la razón, otras el corazón.
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