Capítulo 12:

Lo último que supo con claridad es que le dije hoy te voy a hacer el amor. Me había empezado a desvestir con la calma de un niño cuando se duerme. Ella no hacía más que mirarme, no lo podía evitar, no podía evitar lo que causaba en ella. El no poder controlar lo que sentimos nos aterra. Yo era su excepción y su regla. Comencé a caminar hacia ella, con una de mis manos en su barbilla le alcé la cabeza y le di un suave beso en los labios.

Me alejé, fui hasta el reproductor e hice que sonara Tchaikovski. Me voltee a mirarle y preguntarle, no sin antes mojarme los labios, si le apetecía un tinto.

Ante su respuesta afirmativa descorché la botella con la destreza de un profesional. Me acerqué y en sus manos coloqué una copa con dos dedos de vino.

Su cuerpo me esperaba ansioso. Pensaba en una noche de sexo que le dejaría con algo más que la cabeza hecha agua. Ella temblaba.

Era experta en crear ansiedad en ella. Mi mano se acercó y con el dorso del dedo índice fui rodando los tirantes de su vestido.

Mis ojitos brillaban. Le miraba y una sonrisa pícara se dibujaba en mi rostro. Le dije: tienes muchos lunares. Esta vez si los había contado. Dicen que en vidas anteriores esos son los lugares donde más te han besado.

Ella no sabía que responder, realmente no logro recordar si pudo abrir su boca y emitir algún sonido.

seguía mirando, como quien admira una obra de arte esculpida por los mismos dioses. Me rodeo con sus brazos y fuimos abrazadas hasta mi habitación. Me senté en la cama, con la espalda pegada a la pared, y ella entre mis piernas como niño chiquito.

La tenía rodeada con mis brazos cuando le dije al oído: me comeré cada uno de tus miedos, se esfumarán como el humo de tu cigarro.

Comenzamos a hablar. Le pregunte cosas que de seguro ella al principio no debió haber entendido.

- ¿Cuál es tu libro favorito?

- ¿Cuál es tu historia de la infancia más graciosa y feliz?

- ¿Cuál es tu mayor sueño?

Seguimos hablando. La notaba confundida, con dudas en su cabeza y miles de preguntas que realizarme. Fue entonces cuando le dije:

-No me conformo con desnudar el cuerpo. De estufa por una noche cualquiera sirve. Prefiero desnudar tu alma.

Ella se giró hacia mí y me dijo:

-Acabo de comprender que he llegado al lugar correcto. Aquí me siento tan en casa. La seguridad de tus brazos se está convirtiendo en mi nuevo hogar.

Nos quedamos abrazadas por un rato más. No quería romper la magia del momento. Se sentía tan bien. Me sentía increíble con su cuerpo pegado al mío, su calor era más que encantador. Y supongo que esa necesidad de cariño que tenía estaba siendo por fin cumplida. No podía pedir más.

Hubo un momento en el que nos miramos por unos segundos, fue algo que no se podía evitar, nuestros labios se rozaron y nuestros cuerpos ya se necesitaban. Terminamos haciendo el amor, con una delicadeza de porcelana. Ya acostadas en la cama, abrazadas una vez más, me dijo te quiero.

La miré y le dije: me mientes con desgana, lo sé, puedo notarlo cuando tus labios hacen un movimiento perfecto entre la conjugación de mi nombre y el cariño que dices tenerme. Esta vez, solo esta vez, prometo creerte. Le devolví él te quiero. De mis adentro habían emergido esas palabras con una sinceridad que me asustaba. Había sido yo quien terminara desnudando su alma ante alguien que recién aparecía en mi vida. Y estaba dándome lo que yo necesitaba y diciéndome lo que me hacía falta escuchar. La verdad no sabía cuan sincera serían sus alegatos, pero se sentía bien.