Capítulo 6:

Eran las 6 de la tarde. Había llegado a casa hacía poco más de una hora. Había llamado a mi madre a avisarle que no podría ir hoy a verle. Había cenado algo ligero. Me había duchado y me estaba vistiendo.

Llevaba puesto unos jeans de mezclilla oscura, unas botas de tacón bajo, y una camisa de color negro de mangas largas como habitualmente. Apliqué un poco de mi colonia favorita detrás de mis orejas. Me había peinado ya. Me colé de nuevo en el baño a cepillarme, junté mis dientes y los miro en el espejo. Estaban bien blancos y cuidados. No me gusta dejar pasar ningún detalle de por alto.

En ese momento mi cabeza me dijo: ¡estas nerviosa! No pude evitar imaginarme haciendo el gesto de Dead Pool. Y sí, esto es otro elemento que demostraba mi ansiedad. ¿Y todo porque iba a tomarme un café con una alumna? Que mal me estaba saliendo la parte del soliloquio donde trataba de auto engañarme.

¿Qué había de especial que me tenía así? En realidad, no lo sabía. Solo sé que era alguien que me agradaba y que la idea de compartir más tiempo con ella me resultaba fenomenal.

Mi reloj ya marcaba las seis con treinta minutos de la tarde. Me decidí a salir ya. Era evidente que no quería llegar tarde. ¿Por qué no hacía esto mismo cuando me iba para el trabajo? En otro momento me responderé esas preguntas. Me dije, auto salvándome de una mirada interior que prometía reprocharme más de una cuestión de las cuales había prometido hace ya trabajarlas para mejorarlas.

Había salido de la casa, con unos minutos de antelación, es que a decir verdad no quería que resultara en plan cita, sino como un encuentro casual. Bueno y para que fuera un encuentro casual debería haberme quedado con el mismo atuendo con el que vestía en la mañana. Creo que estaba siendo demasiado evidente.

Estas cosas las iba pensando mientras iba de camino al bar. Había decidido ir caminando para liberar un poco de energías, también si iba a beber no era conveniente que manejara. ¿Acaso no ibas a tomar solo café?

Llegué primero que ella. Lancé una mirada al establecimiento buscando un lugar más apartado y cómodo para hablar con tranquilidad. Había una mesa para dos, que pensé que sería perfecta, estaba en el área de fumadores. Y pues, me dirigí hacia allá.

Me senté de espalda a la puerta, algo que denotaba mi ansiedad, me acomodaba el pelo, me revisaba la ropa y hasta me encontré mirándome la dentadura en la pantalla rota de mi celular. Una voz se acercó a mí y me dijo: así está bien profe. No pode evitar cerrar los ojos y que mi mente divagara por unos pequeños segundos. Acto seguido me puse en pie y le saludé. Notaba una mirada extraña en ella, un cierto brillo en sus ojos, algo en lo que hasta el momento no me había fijado. Tenía unos ojos preciosos, achinados, pero expresivos. Creo que era la primera vez que le miraba con el objetivo de detallarle.

Nos sentamos a la mesa, una vez más el mesero nos había preguntado que queríamos. Ella pidió una cerveza y yo una copa de vino tinto. No quería excederme, debía mantener una buena imagen, al fin y al cabo, yo era su profesora.

Estábamos hablando, me reía con ganas, como hacía rato no me sucedía. En una mano ella tenía su cerveza y en la otra un cigarro. Sus piernas estaban cruzadas, una encima de la otra. Ella hablaba sin parar y mi mente estaba en pausa hace rato, no estaba razonando, con su mano derecha se lleva su cigarro a los labios. No lo había notado, pero tenía unos labios carnosos, y una dentadura bien cuidada, algo que enseguida llamó mi atención.

Con su otra mano tocó unas de mis piernas.

- ¿Profe está bien?

Menuda cara de imbécil se me debe haber quedado mirándole, me puse roja como la sangre. Ella se dio cuenta, lo sé, porque no pudo evitar pasar su lengua por sus labios. Yo arqueé mi ceja izquierda y una cantidad de pensamientos han pasado por mi cabeza que para que les cuento, solo me tocaba darle las gracias a Dios por tener un filtro entre la lengua y el cerebro. 

Seguíamos hablando, nos contábamos algunas cosas, descubrimos puntos en común, otros no tanto. Me preguntó la edad y quedamos sorprendidas las dos al enterarnos que ella era mayor que yo.

  • Es usted una persona madura profe.

No sabía que decirle, por lo que opté por la vieja confiable: la educación, entonces le di las gracias. Por supuesto ya estábamos en un punto donde cada cosa dicha se rebatía. Al momento me dijo no hay nada que agradecer. Y volvió a mirarme con esa carita de quien no rompe un plato.

Decidimos irnos, era bastante tarde, no nos habíamos percatado de la hora. Cuando se fue a levantar casi le tengo que recoger del piso. Fue entonces cuando me pidió que la llevara a mi casa y le preparara un café porque en esas condiciones no podía llegar a su hogar.

Asentí con la cabeza, como quien sabe o presiente lo que va a suceder. Me llegué hasta la barra y liquidé la cuenta. Ella me esperaba en la mesa, le hice un gesto para que me alcanzara. Yo no la veía tan mal. Tampoco es que hubiese tomado tanto. Bueno, en fin, salimos del local caminando y riéndonos de cada disparate que yo decía. Ella se agarraba de mi para poder caminar. En ese momento me pregunta si vivía lejos, le digo que no, que solo a un par de calles.

No había terminado de decir esto y comenzó a llover con tantas ganas que posiblemente las presas del país se llenaran en ese preciso instante.